CATEGORIA: Pueblos
Resistiendo al tiempo de cambio
El Chamula empieza a eructar, producto del gas del refresco, pues se cree que con ello salen todos los pecados y se purifica el alma. Por eso no es extraño que la empresa Coca-cola tenga uno de sus más altos puntos de venta en este pueblo chiapaneco, ni que el logotipo de la refresquera tenga un lugar predominante en el edificio principal de los Chamulas. En otra parte de la iglesia, un gallo está en trance, o así lo parece. Su amo lo sujeta con ambas manos y él no pone resistencia. Permanece tranquilo, mirando fijamente la vela encendida enfrente de él. Sólo espera que las manos de su dueño tuerzan su cuello para que mueran con él todos los males que le han transmitido.Éstos y otros rituales suceden en San Juan Chamula, comunidad maya tzotzil situada a 10 kilómetros de San Cristóbal de las Casas. Un lugar donde el sincretismo del catolicismo y de la antigua religión maya cobra dimensiones poco vistas en el México moderno. El sueño inicia desde la fachada exterior de la iglesia de tipo colonial pintada de blanco, con sus contornos en azul y verde y con reproducciones de flores; está dividida del mundo profano por un amplio atrio bardado. Un letrero en la puerta de madera tiene instrucciones en español, francés e inglés, pues la visita de extranjeros es constante. Se cobra una cuota de 10 pesos para entrar a la iglesia, y lo más importante de todo, se prohíbe tomar fotos.
La advertencia pareciera sencilla, pero es severa. Las autoridades Chamulas tienen el derecho de castigar a cualquier turista osado que haga un click con su cámara dentro de su iglesia o hacia alguno de los miembros de la comunidad. Para ellos, el que les tomen una fotografía es una forma de robarles el alma, por lo que están dispuestos a castigar con linchamiento y expulsión de la comunidad a quien se atreva. Una vez advertidos, se cruza la puerta de la iglesia como si fuese el umbral hacia otra dimensión, hacia un México perdido entre una paradoja del tiempo que da como resultado un híbrido de creencias y rituales.
El aroma a copal permea en el ambiente y varias hileras de cortinas de tela yacen suspendidas de un extremo al otro de la iglesia. No hay bancas para rezar ni mucho menos confesionarios, púlpitos o candiles de oro. Sólo hay imágenes de santos encerrados en vitrinas de cristal que se distinguen por llevar su nombre impreso en castellano, todos adornados con listones de colores y con ramos de flores secos. Para los Chamulas, Cristo se levantó de la cruz para convertirse en el Sol, por lo que es considerado como deidad astral de los mayas.
Sin embargo, Juan Bautista ocupa un rango más elevado que el mismo Cristo, tanto que su imagen está situada en el centro del altar. La imagen de Cristo, en cambio, está a un lado y la imagen de Pedro está al otro. San Juan Chamula no tiene un sacerdote fijo, pero de vez en cuando viene uno a realizar los bautizos, que es el único sacramento realizado por esta comunidad. Ya sea en familias o por sí solos, los Chamulas acuden a la iglesia y permanecen largo tiempo rezando, hincados sobre un piso cubierto de agujas de pino y rodeados de un halo de luz de vela. Se prenden velas de diversos colores, según la necesidad: la vela amarilla es para resolver un problema de trabajo, la verde para pedir esperanza y la naranja para problemas del corazón.
En medio de estos círculos de luz, de refrescos de cola y de gallos en trance, el turista sorteará con trabajo los pocos espacios para caminar y será testigo de la devoción de los Chamulas, que piden por una buena cosecha o por hallar el borrego extraviado. Muchos visitantes salen corriendo de este lugar despavoridos por lo extraño de sus rituales, y otros tantos permanecen hipnotizados por el misticismo presente. Lo cierto es que para un mexicano, el sentimiento de no pertenencia es algo que se siente aún en su propio país. Es el permanecer ajeno a todo, y fungir como un simple espectador pasivo y quizá redescubrir sus raíces indígenas en el alma pura de los Chamulas.